Una vez más la dirección del viento marcó el destino de nuestra ruta. Fuimos hacia el noreste para ir contra él, pero lo cierto es que no notamos su presencia. Lo que si notamos fue el barro, que lo encontramos por casi todos los caminos que transitamos. Pero claro, es invierno..
Si bien solo cuatro bikers habían confirmado su participación en la ruta de hoy, finalmente fuimos siete los que nos presentamos a la cita de las 9.30 h. De nuevo los meteorólogos se volvieron a equivocar porque la previsión era de niebla y el cielo estaba aparentemente despejado. Eso sí, la temperatura la clavaron: 2 grados.
Nada más partir nos dimos cuenta de que era posible que no hubieran errado del todo porque al llegar a Los Tres Árboles nos sumergimos en la niebla, aunque el sol estaba por encima tratando de quitársela de encima.
Recorrimos el carril bici siguiendo la ribera del Duero y la del Valderaduey desde su desembocadura y al llegar a la N-122 la cruzamos y continuamos de frente, pasando los dos viaductos, el del AVE y el de la Autovía, que siempre ayudan a quitar el frío y a elevar las pulsaciones.
Descendiendo del segundo pasamos junto a la granja donde, como suele pasar, estaban dos mastines esperándonos. Se acercaron ladrando hacia nosotros y con nuestros gritos terminaron parándose. Su dueño, hasta que no haya una desgracia no escarmentará, porque no hay manera de que los tenga dentro de su recinto.
Poco después comprendimos que en días pasados había llovido más de lo que nosotros pensábamos y empezamos a encontrar zonas en las que había que hacer eslalon para esquivar los charcos.
Más adelante el camino cambió el barro por zonas con arena mojada. Se rodaba mal sobre ella, pero cuando está seca es mucho peor.
A esas alturas el día no terminaba de estar claro y el sol se velaba por una inmensa nube muy particular que llamó nuestra atención. Más tarde comprendimos que debía de ser niebla alta porque sin darnos cuenta desapareció.
El camino seguía siendo una recta, que habíamos iniciado más o menos a la altura de Monfarracinos. Ya habíamos sobrepasado Molacillos, al que habíamos visto de lejos, y continuábamos sin cambiar de dirección. También desde la altura de Monfarracinos la tendencia era ascendente.
Como en el kilómetro 16 descendimos un poco para enseguida seguir subiendo. En esos momentos el sol había perdido la batalla contra esa enorme nube y le robó alegría a la mañana.
Después de esa subida volvimos a descender un pequeño tramo y enseguida volvimos a levantar nuestro trasero del sillín para enfrentarnos a una nueva subida. Esta hizo una curva a la derecha y nos incorporamos a un camino, por el que hemos transitado alguna vez después de pasar por Gallegos del Pan, y que se caracteriza por tener algo de arbolado, algo poco habitual en la zona.
Seguimos ascendiendo algo más y, por fin, empezamos a cobrar los intereses de todas esas subidas y comenzamos a bajar. Había que seguir dando pedales porque la inclinación era muy poca, pero con menos esfuerzo se avanzaba más, y eso gusta.
El descenso duró como unos tres kilómetros en los que tuvimos que realizar dos giros, uno a la derecha primero, y otro al lado contrario después. Este nos enfiló a la localidad de Villalube.
Entramos en el pueblo y nos dirigimos hacia la iglesia. Por el camino nos encontramos con gente mayor que también se dirigía hacia allí porque iba a comenzar la misa (eran las 11.00).
Hicimos una parada junto a la réplica de la Fuente de los Leones de La Alhambra para que, quien quisiera, se llevara algo a la boca. En ese momento el sol ya había logrado quitarse de en medio a la nube y, por fin, lucía con cierta fuerza. El color del día cambió por completo.
Después de la parada bordeamos la iglesia y continuamos recto hasta llegar a la carretera. La cruzamos y seguimos de frente. Pasamos junto al cementerio y poco después tuvimos que esquivar una zona con mucho barro.
Enseguida nos desviamos ligeramente a la derecha por un camino que apenas se veía y a los pocos metros no hubo más remedio que sumergir las ruedas en el barrizal porque no había escapatoria posible.
Poco después comenzamos a ascender por un camino que, realmente, era un pequeño espacio que quedaba entre dos grandes extensiones agrícolas y estaba casi comido por la maleza. Aunque el ascenso terminó, la hierba y el mal firme no nos permitía coger velocidad.
Un kilómetro después una curva de noventa grados a la izquierda ponía fin a este tramo. Descendimos por una larga recta desde la que íbamos viendo un amplísimo paisaje típicamente castellano.
Tocaba ahora "vivir de las rentas" y rodar más rápido con menos esfuerzo, todo gracias a la inclinación hacia abajo. Continuamos por caminos poco transitados en los que, de vez en cuando, en las zonas bajas, íbamos encontrando barrizales que conseguíamos ir esquivando.
Más adelante nos unimos a un camino más importante y con muy buen firme, y no mucho después atravesamos una zona que resultaba impropia del lugar al estar repleta de arbolado.
Nada más atravesarla realizamos un giro a la izquierda y enfilamos una recta que nos llevó hasta las cercanías de Benegiles, concretamente hasta el puente que cruza el río Valderaduey. Cruzamos este y paramos para reagruparnos porque alguna unidad había quedado algo más atrás.
Seguimos recto atravesando el pueblo hasta llegar a la carretera. La cruzamos y continuamos por la calle que salía en frente, que se escoraba hacia la izquierda.
Al poco de terminar el tramo pavimentado y alejarnos del pueblo comenzó un ligero ascenso, que se tornó en una subida durilla en cuanto realizamos un giro a la derecha.
Eso sí, durante la subida fuimos deleitándonos con las vistas que teníamos a nuestra izquierda o a nuestra derecha.
Al culminar el ascenso realizamos un giro de noventa grados a la izquierda. Eso nos permitió contemplar una buena panorámica de Benegiles que, efectivamente, demostraba que habíamos subido unos metros.
Continuamos rodando por el alto del otero unos dos kilómetros con pequeñas subidas y bajadas y siguiendo la tónica del día, esquivando charcos cuando surgían. Lo bueno es que la temperatura ya era ideal, 10º.
Ya estando cerca del llamado Teso de la Mora, al mirar hacia la derecha podíamos ver una excelente vista de la localidad de Torres del Carrizal.
Finalmente, llegamos a las cisternas romanas existentes en el Teso de la Mora, ahora cubiertas con una estructura y cercadas para evitar su deterioro. Se cree que sirvieron para abastecer de agua a una pequeña guarnición del ejército romano. Son dos aljibes que permitían almacenar el agua de lluvia y tienen una capacidad de 400.000 metros cúbicos.
Este teso ha sido frecuentado por el hombre desde la Edad de Bronce, en él hubo un poblado permanente durante la Primera Edad de Hierro (del siglo VIII al V a.C.). Desde el IV a.C. fue ocupado por los vacceos.
Aparte de este tesoro histórico, es conveniente bordear el perímetro del otero y disfrutar de sus vistas:
Terminada la vuelta comenzamos a descender por el camino que parte hacia la izquierda justo antes de las cisternas. Es un descenso muy pronunciado con un par de curvas durante el mismo.
Al llegar a la parte baja continuamos a la izquierda. Este camino nos llevó hasta la carretera de Villalpando. Nos incorporamos a ella doscientos metros, abandonándola para seguir por un camino que partía a nuestra derecha.
Este nos trasladó casi hasta la misma entrada de Torres de Carrizal, de hecho nos llevó hasta la carretera, en la zona de entrada al pueblo. Rodamos por ella poco más de cien metros y nos desviamos a la izquierda. Nos enfrentamos a una larga recta de más de tres kilómetros, la mayoría con ligero ascenso.
Después de ese tramo hicimos un giro en ángulo recto a la izquierda para continuar por un camino que nos llevó a pasar por las inmediaciones de Cubillos y que logró llenar nuestras bicis de barro. Y es que tuvimos que cruzar muchos trechos que eran auténticos barrizales en los que no había escapatoria posible, ni siquiera por los lados. A mayores, otros tramos en los que no había charcos eran de ese barro que se va pegando a las ruedas a cada vuelta, así que entre unas zonas y otras fue un desastre.
Ese calvario se alargó casi siete kilómetros. Ya estando cerca de Monfarracinos, para cruzar la autovía, tuvimos que realizar una especie de "C" invertida. Una vez completada llegamos a un paso elevado sobre la misma.
Cruzamos sobre ella y continuamos por un camino unos tres kilómetros, muchos de ellos entre pequeñas fincas. Finalmente, dicho camino terminó en la carretera de Villalpando, poco antes de la entrada a la urbanización Siglo XXI.
Continuamos por la carretera el kilómetro y pico que nos distanciaba del lavadero de coches. Al llegar a él todos lavamos las bicis y nuestras botas con el agua a presión, y aún así nos costó despegar algunos pegotes de barro.
Con las bicis relucientes nos dirigimos al Bar Tramontana, ya que no estaba muy lejos, a tomar allí una caña. Tras la caña cada uno fue tomando su camino para dirigirse a su casa.
Para descargar la ruta, haz clic en el logo de Wikiloc.
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