Hace mucho que teníamos ganas de realizar el ascenso a la Bola del Mundo (Sierra de Guadarrama) pero en fin de semana no es recomendable por la afluencia de senderistas. Hemos sido pacientes hasta que hemos podido hacerlo entre semana y ha merecido mucho la pena.
Existen varias opciones de rutas para ascender a la Bola del Mundo pero nosotros escogimos la que parte de Cercedilla (Madrid). Eso significa que hubo que desplazarse hasta allí, es decir, recorrer los 219 km que lo separan de Zamora. Si queríamos comenzar a pedalear sobre las 10.00 había que madrugar, y así lo hicimos. A las 7.30 h partimos tres coches con seis bikers hacia esa localidad madrileña.Fuimos directamente al Parking Municipal (al aire libre pero gratuito), donde encontramos sitio para aparcar los tres coches sin problema. Descargamos las bicis, nos preparamos y, siguiendo el ritual, buscamos un bar donde tomar un café.
Casi un kilómetro después cambió el pavimento y el asfalto dio paso a una pista de arena compactada por la que se rodaba de maravilla. Aunque habíamos comenzado a ascender desde el pueblo, las primeras subidas importantes las encontramos enseguida en esta zona.
Sobre el kilómetro 3 llegamos a una zona en la que hay un alojamiento rural. Frente a él encontramos una valla con una puerta lateral por la que pasamos sin problema. Eso sí, un cartel advierte de que está prohibida la práctica del ciclismo fuera de las pistas forestales.
Sobre el kilómetro 5 cruzamos el cauce del arroyo sin dificultad porque en esa zona apenas tenía un palmo de agua. Aún así lo hicimos con precaución porque su lecho era de cantos rodados.
El llamado "Pino de la cadena" (catalogado como Árbol singular de la Comunidad de Madrid) cuenta en la actualidad con cerca de doscientos años y los agentes forestales cada cierto tiempo le añaden un eslabón a la cadena para evitar que dañe al árbol.
El calvario (entendimos, por fin, el porqué de ese nombre) terminó en el kilómetro 9, cuando el camino hizo una revuelta y llegamos a una barrera con un torno a un lado.
Por el torno no entraban las bicis, así que no nos quedó otra que pasarlas por encima de la barrera. Al otro lado nos esperaban las primera edificaciones del Puerto de Navacerrada.
Enseguida comenzamos a pasar junto a edificaciones y, tras rodar como un kilómetro por esta carretera llegamos a un gran aparcamiento en superficie para los aficionados al esquí.
Giramos a la derecha casi ciento ochenta grados y comenzamos a seguir la pista de cemento que comienza junto al edificio de donde parten los telesillas y termina en la Bola del Mundo. Enseguida nos encontramos con una barrera pero pasamos por una puerta lateral.
Desde el primer momento las rampas son durísimas. Al comienzo, en algunos tramos, el trazado va paralelo al telesilla y los porcentajes de ascensión no bajan del 10%, pero siendo lo más común que estén en torno al 15%.
El premio al esfuerzo venía dado por las vistas. Se ascendía tanto en tan pocos metros que enseguida las panorámicas de la zona empezaron a ser impresionantes.
Tras una de las múltiples revueltas que va haciendo la pista encementada pudimos ver las dos pistas de la Estación de Esquí de Navacerrada abiertas, eso sí, con nieve artificial.
Como siempre hacemos en las ascensiones duras, cada uno se impuso su ritmo para que nadie pedaleara fuera de punto. El que iba el último era el que mayor mérito tenía porque iba sentado en una bicicleta muscular.
Los metros avanzaban muy lentamente, pero saber que toda la subida eran poco más de tres kilómetros iba motivando a nuestras piernas.
Hubo tramos en los que vimos en nuestros GPS 22% de desnivel, pero lo importante es que seguíamos avanzando. A falta de un kilómetro comenzamos a ver frente a nosotros nuestro objetivo, la Bola del Mundo.
Y mirando a nuestra derecha comprobamos que teníamos admiradoras, eso sí, algo particulares porque pasaban de nosotros y ni siquiera nos miraron.
En ese punto había tres unidades que iban por delante, separadas unas de otras, después íbamos dos juntos y, tras la parada para ver bien las cabras y comer algo, vimos que el biker con la bici muscular ya se acercaba a nosotros. Lo esperamos y enfilamos el último tramo juntos.
De poco sirvió porque enseguida perdió metros, como es lógico al competir contra ebikes.
Después de dos curvas muy abiertas nos enfrentamos a la última rampa, la que nos llevaría a los pies de la Bola del Mundo.
Al llegar junto a las instalaciones una nueva barrera nos dio la bienvenida. Pasamos por debajo y rodeamos las edificaciones. Dos de ellas parecen cohetes y son la imagen que todos tenemos de este lugar.
Realmente su nombre es Alto de las Guarramillas, pero en 1959 se construyó este repetidor de televisión (que realmente es lo que es), para emitir señal de radio y televisión a las dos mesetas. Solo tres años antes, en 1956, había nacido Televisión Española y esta comenzaba la emisión con la imagen de una bola del mundo con una antena. La gente comenzó a asociar el repetidor con dicha imagen y por ello se popularizó el nombre por el que todo el mundo conoce, no solo las instalaciones, sino que se ha hecho extensivo a la propia montaña: la Bola del Mundo.
Desde 2010, a raíz del apagón analógico, solo emite señal de radio en FM de emisoras relacionadas con Radio Nacional.
En la parte de atrás del repetidor había algunos neveros, los únicos rastros de nieve natural a 2.261 metros de altitud y a mediados de enero. ¿Y aún hay quien niega el cambio climático?
La verdad es que miráramos donde mirarámos, las panorámicas que nos encontramos eran muy bonitas. Sin duda, el día ayudaba muchísimo.
Antes de comenzar el descenso nos pareció un buen momento para realizar un selfie que diera constancia de nuestra presencia en este lugar.
A decir verdad no nos pareció para tanto. Es cierto que hay zonas en las que no queda otra que bajarse de la bici porque las piedras impiden el paso.
A pesar de todo nos encantó la zona porque cuando se podía rodar era una gozada y porque el entorno era muy bonito.
Añadir también que, aunque pensábamos que desde el Puerto de Navacerrada todo iba a ser ya cuesta abajo, nos equivocamos porque en la Senda Schmid había tramos llanos, también bajadas pero unas cuantas subidas, eso sí, cortas.
A partir de ese punto apenas tuvimos que volver a dar pedales hasta llegar a Cercedilla. Y es que era una bajada continua en la que íbamos disfrutando de lo lindo porque, además, era muy bonita, rodeada de pinos y en ocasiones de formaciones rocosas.
En dos o tres tramos abiertos, sin arbolado, el agua había caído por las rocas y se había helado, formando bonitas cascadas de hielo.
En un momento dado cambió el firme del GR-10. La tierra dejó paso a restos de lo que había sido una carretera asfaltada, en la que se combinaban trozos con y sin asfalto.
Poco a poco empezamos a pasar junto a edificaciones aisladas y pronto entramos en las primeras del pueblo, pero aún tuvimos que recorrer como un kilómetro y medio para llegar de nuevo al Parking Municipal donde habíamos dejado nuestros coches.
Nos bajamos de las bicis a las 14.35 h. Enseguida las cargamos y nos preparamos para ir a comer. Lo hicimos en La Cruz del Sur, en el propio Cercedilla, siguiendo nuestra costumbre de hacer gasto en los lugares que visitamos. Después de la comida pusimos rumbo a Zamora dando por finalizada esta preciosa jornada de bici, amigos y naturaleza.
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