22 de febrero de 2025

Necrópolis, icnitas y Tazaplata desde Quintanar de la Sierra

La comarca de la Demanda y Pinares cuenta con un buen número de necrópolis y de yacimientos de icnitas. Hoy, el primer día de nuestra estancia en estas tierras, el objetivo era ascender a Tazaplata, pero por el camino visitamos la Necrópolis de Revenga y las icnitas de dinosaurio de Regumiel de la Sierra. 

Habíamos previsto iniciar la salida en bici sobre las 11.30 h y nos teníamos que desplazar hasta Quintanar de la Sierra (Burgos), por lo que no quedó otra que madrugar y salir de Zamora a las 8.15 h. en tres coches para poder desplazar cinco bicis, otros tantos bikers y tres Galanas. 

Al llegar a nuestro destino, paramos junto al precioso mural de la mujer serrana, descargamos, nos preparamos y, sin perder tiempo, comenzamos a rodar a las 11.45 aproximadamente.


Desde el punto de salida descendimos la cuesta para unirnos a la carretera CL-117 que va hacia Duruelo, pero solo unos cientos de metros porque enseguida nos desviamos con dirección a Canicosa de la Sierra, continuando por carretera unos dos kilómetros. 


Estábamos contentos porque las previsiones habían acertado, pese a la persistente lluvia que se preveía para el sábado en los pronósticos de principios de semana, al final los del día anterior habían sido certeros, dejaría de llover a las 10.00 y la temperatura sería de unos 6º, y así fue.

Desde la carretera, pudimos contemplar el ganado que mantiene los prados limpios y sin maleza, primero vimos ovejas, poco después caballos y, finalmente, al desviarnos hacia un camino, también vacas. 




Por dicho camino rodamos otros dos kilómetros, aproximadamente, y terminamos saliendo de nuevo a la carretera, pero ya casi a la entrada del pueblo.


Como solemos hacer siempre, hicimos un tour por la localidad. Salimos de ella por un camino que iba hacia la derecha.


Ese camino nos llevó a atravesar un bonito robledal repleto de árboles centenarios rodeados de un manto ocre formado por las hojas perdidas durante el otoño.


Tras un ligero ascenso y una bajada, el camino desapareció y continuamos atravesando una pradera. El track nos llevó a una zona con vallas movibles para el ganado y muchísimo barro pero, finalmente, no había salida, así que volvimos atrás y fuimos a buscar la carretera que teníamos al lado. El problema es que había un cercado que nos impedía la salida. Unos metros más abajo vimos una cancilla que pudimos abrir (en el track de Wikiloc hemos suprimido el tramo erróneo).


Fuimos por esta carretera como un kilómetro y medio, la mayoría ascendiendo entre cerrados pinares, y llegamos a un cruce, el de la ermita de Revenga.


Atravesamos la carretera y continuamos de frente. Pasamos junto a la Casa de la Madera y seguimos hacia la Necrópolis de Revenga, donde hicimos una parada.


Allí pudimos contemplar este yacimiento muy bien conservado donde hay 140 tumbas de diferentes tamaños (para hombres, mujeres y niños). Son de entre los siglos IX al XI.


Después de la parada continuamos adelante por la misma carretera que nos había llevado hasta allí, pero tan solo unos doscientos metros. Nos desviamos a la derecha para seguir por un camino que nos recibió con una subida. En él ya empezamos a encontrar bastante barro, lo normal después de la lluvia caída esa mañana y días anteriores. 



Como un kilómetro después llegamos a la Necrópolis La Cerca, pero no nos detuvimos porque ocupa una roca a la que teníamos que subir y con nuestro calzado era casi imposible según habíamos comprobado en la de Revenga. El track de nuestros GPS nos guiaba por un camino inexistente. Fuimos siguiendo el track pero campo a través, entre un bosque de pinos. Finalmente llegamos a una cerca que nos impedía el paso, si bien unos metros más abajo había una apertura. Unas decenas de metros más allá vimos un camino por el que comenzamos a rodar. No era el que debíamos seguir pero iba en paralelo a él. 

No nos importó en absoluto porque el entorno era precioso, repleto de robles y, además, con el sol queriendo mostrarse.


Después de dos kilómetros por él, de suave ascenso, llegamos a una pista ancha que nos pareció la mejor de las autopistas. Nos unimos a ella y allí los kilómetros comenzaron a cundir algo más, aunque tampoco mucho porque en ningún momento dejamos de subir.


El ascenso en el que estábamos inmersos tenía una longitud de unos ocho kilómetros así que nos lo tomamos con paciencia y haciéndolo cada uno a su ritmo, si bien de vez en cuando parábamos para agruparnos.

Estábamos rodeados de pinos, aunque, de vez en cuando, aparecían sorpresas como esta inmensa roca que había junto al camino.


Casi al lado de esta cruzamos un puente sobre el río Triguera, que lucía así de bonito, y que llevamos después a nuestra izquierda durante un trecho.


En un momento de la subida la tierra compactada dio paso a un asfalto roto por el que se rodaba algo peor, pero continuábamos avanzando. Aunque no había descansos para las piernas es cierto que los desniveles no sobrepasaron el 10 o el 11% en casi ningún momento.


Después de una media hora subiendo y de seguir las revueltas del camino comenzamos a ver algún nevero en lugares sombriós.


Y a medida que ganábamos metros de altitud estos iban aumentando proporcionalmente.


En los últimos cientos de metros la capa de nieve cubría casi todo el camino. 


Finalmente llegamos a una zona en la que el camino tenía como un ensanchamiento y se terminaba. Allí paramos. Con la bici en la mano avanzamos unas decenas de metros más y llegamos a la llamada Tazaplata. Se trata de una fuente (que no vimos porque no sabíamos realmente qué era Tazaplata), pero estuvimos justo al lado, un claro del bosque que aparecía totalmente cubierto de nieve.


Regresamos de nuevo hasta donde terminaba el camino y allí mismo nos pusimos a comer los bocadillos que llevábamos preparados. Después del ascenso los cogimos con ganas, bueno, y porque habíamos desayunado a las 7.30 h y eran más de las 15.00 h.


Como habíamos sudado durante la subida en el ratito de comer nos estábamos quedando fríos porque, aunque estábamos a 6º, el poquito viento que había, a más de 1.700 m de altitud, era frío, así que no nos demoramos más de lo imprescindible. En cuanto terminamos, nos abrigamos e iniciamos la bajada.


Eso sí, antes de abandonar el último tramo grande de nieve quisimos inmortalizar el momento.


Descendimos unos 9 kilómetros por el mismo camino que habíamos utilizado en la subida. No lo disfrutamos como nos habría gustado porque íbamos helados. El sol se había escondido y con la velocidad el frío penetraba en el cuerpo y, sobre todo, en las manos.


Hicimos una parada donde terminó la cuesta abajo, un cruce de caminos por el que también habíamos pasado en el camino de ida, solo que ahora teníamos que continuar hacia la izquierda. Una vez recuperamos algo de temperatura al pararnos y a que el sol nos diera en parado, continuamos adelante. Aunque continuábamos por un perfil descendente, este no era acusado y nos permitía rodar muy a gusto, rápidos pero ya sin frío.


Unos tres kilómetros más adelante llegamos a Regumiel de la Sierra. Una vez en el pueblo ascendimos por sus inclinadas calles hacia el yacimiento de icnitas (huellas fósiles) de dinosaurio.


Nos dio la bienvenida un dinosaurio. Junto a él quisimos inmortalizar el momento. Después nos asomamos a la gran roca sobre las que aparecen las huellas que tienen unos 135 millones de años, vamos, que si hubiéramos ido el día anterior no las habríamos podido ver.



Desde el yacimiento descendimos hacia el centro del pueblo, pero primero pasamos por la iglesia, junto a la que hay otra necrópolis. Encontramos tumbas junto al templo, por delante de él.


Pero muchas más en la gran roca que hay al otro lado de la torre.


Volvimos a montarnos en las bicis y alguien dijo que podría ser un buen momento para tomar un café y así terminar de entrar en calor. Mi dicho con mi hecho, porque estábamos junto al Bar Tía Paula. Aprovechamos el sol tomándolo en la calle y, la verdad, nos supo a gloria.


Minutos después nos subimos a las bicis y nos dirigimos, atravesando el pueblo, hacia la carretera. Una vez en ella recorrimos los seis kilómetros que nos separaban de Quintanar en un plis plas porque el terreno era favorable salvo dos subiditas y porque fuimos a lo que nos daban las piernas.


Al llegar al punto desde donde habíamos salido, los conductores cargaron sus bicis en los coches y los otros dos continuaron en sus propias bicis. Todos nos dirigimos al Hotel Casa Ramón III, nuestro alojamiento.


No hubo tiempo ni para recuperar líquidos porque en cuanto nos duchamos nos subimos a un coche y nos dirigimos al Mirador de Castroviejo, donde nos esperaban las Galanas. 



Para descargar la ruta, haz clic en el logo de Wikiloc.

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