5 de febrero de 2025

Recorrido por la historia del Valle de Vidriales

Posiblemente muchas personas que practican el ciclismo lo hagan por realizar deporte. Nosotros también, pero lo que más nos motiva es ver, conocer, sumergirnos en otros paisajes, en otras zonas o, como en el caso de hoy, recorrer lugares con mucha historia.

Cuando nos levantamos temíamos que, como en días anteriores, la niebla lo cubriera todo, y así fue. Pero al mal tiempo, buena cara, nos dio igual y no variamos en absoluto el plan previsto. Partimos de Zamora en dos coches cinco bikers a las 9.15 h. Nuestro destino era Santibáñez de Vidriales. Durante todo el camino fuimos soportando la niebla pero como dos kilómetros antes de llegar a nuestro destino se levantó casi por completo. Al llegar a Santibáñez lucía el sol y esto nos llenó de alegría. Eso sí, la temperatura era de -3º. 

Después de descargar y prepararnos tomamos un café y poco después de las 10.45 h comenzamos a rodar. Para circular lo menos posible por carretera salimos del pueblo pisando un par de caminos para terminar saliendo al asfalto por el que seguimos algo más de kilómetro y medio hasta llegar a los restos de lo que fue el Campamento Romano Petavonium. 

En nuestro recorrido por la carretera íbamos mirando la bonita estampa que nos estaba regalando la niebla, con el Santuario de la Virgen del Campo envuelto entre niebla. 

Al llegar al campamento romano nos encontramos con el recinto cerrado, por poco, porque abre de miércoles a Domingo, de 11.00 a 13.45 y de 16.00 a 20.00 h. 


Para ver más de cerca las reconstrucciones de la torre de vigilancia y de una de las puertas, rodamos por un lateral del vallado que protege el recinto. 



El campamento estaba enclavado entre Astúrica Augusta (Astorga) y Bracara Augusta (Braga). Tenía una extensión de 17 hectáreas y tenía un destacamento de 5.000 legionarios de la Legio X Gemina que vigilaban los movimientos de los pueblos astures, en prevención de posibles revueltas, y protegían el transporte del oro procedente de las explotaciones auríferas de Las Médulas o Las Cavenes. La Legio X Gemina permaneció en Petavonium desde el 19 a.C. hasta el 63 d.C., año en que Nerón la traslada fuera de la península.

El camino lateral que seguimos terminó enseguida, así que dimos la vuelta y volvimos a la carretera, recorriendo un tramo de unos cientos de metros por el que acabábamos de pasar al ir hacia el campamento. Nos desviamos a la derecha y continuamos por un camino. En este nos volvimos a encontrar con la niebla, que se resistía a desvanecerse.

Tras un par de giros y como un kilómetro y medio entramos en la localidad de Rosinos de Vidriales.


Siguiendo nuestra enorme hicimos un pequeño tour por la localidad para llevarnos una idea más completa de este pequeño pueblo. Dicho tour incluía un paso por las cercanías de la iglesia.


Salimos de esta localidad y continuamos por un camino que pronto se unió a una pista ancha por la que continuamos, si bien realizamos algunos cambios de dirección. 


En un tramo encontramos una zona con bastante barro, nada importante, pero a pesar de tratar de esquivarlo logró ensuciar nuestras bicis con sus pegotes.


Después de un cambio de dirección entramos en una zona boscosa. Nosotros continuamos por lo que parecía un cortafuegos. Allí mismo comenzó un ascenso de unos 2,5 km con algunos tramos con bastante inclinación.


Más adelante dicho cortafuegos dio paso a un camino con tal mal firme que tuvimos que bajarnos y empujar las bicis unos cien metros. 



En cuanto pudimos subimos de nuevo a las bicis, continuamos ascendiendo hasta que el camino que llevábamos terminó al unirse a una pista con muy buen firme. Entramos en ella y nos dirigimos hacia la izquierda. En ese instante comenzamos a utilizar los réditos de la larga subida porque ante nosotros teníamos una estupenda bajada. 


Teníamos que descender unos dos kilómetros. Hacia la mitad de este recorrido un biker notó que su rueda trasera había perdido casi todo el aire. Paramos, la hinchamos, y continuamos gozando de la bajada. 

Terminamos a la entrada de la localidad de Arrabalde. Allí continuamos por la carretera a la que llegamos, pero en dirección contraria al pueblo porque queríamos ver el dolmen llamado El casetón de los moros. 


Menos de un kilómetro más adelante nos desviamos a la derecha (hay indicación) y, tras recorrer como doscientos metros por un camino llegamos al dolmen.


La rueda trasera que habíamos hinchado ha vuelto a perder el aire y aprovechamos la parada en el dólmen para arreglarla poniéndole una cámara.



Los dólmenes eran lugares de enterramiento colectivo de las personas de un mismo grupo. A los cuerpos se les acompañaba de un ajuar compuesto por elementos de piedra tallada, hueso trabajado y, en ocasiones, cerámica. La cronología de estos megalitos se situaría entre finales del IV milenio e inicios del III milenio a.C.

Tras la visita al dólmen y el arreglo de la rueda volvemos a las bicis. Comenzamos a rodar por el mismo camino que nos llevó hasta allí pero enseguida nos desviamos a la izquierda para tomar otro que nos llevó  hasta Arrabalde. Fuimos hasta la plaza donde está su bonita iglesia. Después recorrimos varias calles del pueblo. 




Salimos del pueblo por una cuesta muy empinada que nos lleva hasta un camino. Según nuestro track debemos seguir de frente por un camino inexistente así que replanteamos la ruta y seguimos por ese camino hacia la derecha.


Este camino nos llevó hasta empalmar con la pista por la que habíamos descendido unos minutos antes hacia Arrabalde. Nos incorporamos a ella hacia nuestra izquierda.


Tuvimos que ascender unos tres kilómetros. El primer tramo nos llevó hasta un cruce de varios caminos, allí continuamos hacia la izquierda.


Poco más adelante la pista se convierte en un camino asfaltado pero con rampas que, en algunos momentos llegan al 17%. 


La subida culmina al llegar al yacimiento arqueológico del Castro Las Labradas. Este se encuentra situado en lo más alto de la sierra de Carpurias. Estuvo ocupado desde la Edad de Bronce (esta va del 4.000 al 1.000 antes de Cristo), pero su momento de esplendor lo vivió en el siglo I a.C. cuando los astures dejaron los pequeños poblados de alrededor y se reunieron allí. Lo más destacado de él son sus dimensiones (2.500 m de perímetro) y lo excepcional de sus defensas (varias líneas de muralla). 

En la actualidad se pueden apreciar pocos restos. Nosotros entramos al recinto cruzando un fragmento de puerta reconstruida de la muralla. 


Seguimos avanzando por un sendero y en el trayecto pudimos ver zonas con piedra acumulada, correspondiente a restos de viviendas o de algunos edificios. 


En el año 29 a.C. los romanos llegaron aquí y romanizaron a los celtas (astures en este caso). Para que los romanos no los saquearan, los astures escondieron en vasijas de cerámicas sus joyas y las enterraron. En la década de los años 80 se encontraron dentro del castro dos de estas vasijas, una en el año 1.980 y otra en 1.987 con sendos tesoros. Ambos forman el denominado Tesoro de Arrabalde, que se puede contemplar en el Museo de Zamora, y que consta de 7 kg de objetos de oro y plata mayoritariamente: torques, fíbulas, vasos, pulseras, brazaletes, etc. 

Siguiendo nuestro recorrido, en un momento dado abandonamos la senda y nos dirigimos a un montículo rocoso que teníamos a nuestra izquierda. Dejamos las bicis en la base y recorrimos unos metros caminando. Al llegar a la parte más alta no pudimos por menos que abrir la boca de emoción. Teníamos a nuestro pies Arrabalde y todo y una gran parte del Valle de Vidriales. 


Después de unos minutos contemplando las vistas desde este mirador natural volvimos a la senda que habíamos abandonado. Enseguida encontramos otro fragmento de muralla reconstruido, pasando a su lado dejamos atrás Las Labradas.


Continuamos por un camino que recorre la parte alta de la montaña donde está enclavado el castro a lo largo de unos quinientos metros. Este nos llevó hasta un bosque de pinos en el que tuvimos que transitar por un senderito (un single track) más apto para senderistas que para bicicletas. Este es sinuoso, descendente y divertido, pero hay que recorrerlo con cuidado porque tiene cierto peligro. Fueron solo ochocientos metros pero nos cundieron como cinco kilómetros. 


El sendero terminó uniéndose a otro camino más ancho por el que continuamos hacia la derecha. Aún tuvimos que volver a ascender como un kilómetro y medio más. 


En ese tramo tuvimos de todo. Los primeros metros el camino seguía por el pinar, tras un par de giros de casi ciento ochenta grados llegamos a los pies de una montaña con aerogeneradores. Continuamos por un sendero que partía de frente, un auténtico camino de cabras en el que tuvimos que bajarnos de la bici muchas veces. Tras recorrer unos trescientos metros nos dimos cuenta de que nos habíamos salido del track. Tuvimos que dar la vuelta y tirar de las bicis cuesta arriba hasta volver al comienzo del sendero. Allí retomamos el track, teníamos que ascender hasta el primer molino pero allí no había ningún camino, así que continuamos tirando de bici otros trescientos metros o así. 


Tras ellos llegamos a un camino pedregoso pero que nos pareció una maravilla. Por él seguimos ascendiendo hasta llegar al aerogenerador.  


Eso sí, mirando a nuestra izquierda pudimos contemplar una magnífica panorámica de la zona, y es que estábamos rozando los 1.000 m de altitud.


Por fin llegamos al primer molino y allí mismo nos reagrupamos. El camino de servicio entre los aerogenerados y que da acceso a los mismos nos pareció una autopista, con el añadido de que allí mismo comenzaba un gran descenso.


La "autopista" se prolongó a lo largo de kilómetro y medio, después fuimos cambiando de dirección y de caminos pero todos con una tónica común: descendentes.


Después de casi cinco kilómetros de bajada, que teníamos merecida después de las penurias sufridas anteriormente, nos enfrentamos a una subida corta y tras ella al consiguiente descenso que nos llevó a las cercanías de Cunquilla de Vidriales. 


No llegamos a entrar a este pueblo ya que antes de cruzar un puente sobre el arroyo de la Almucera que da acceso a la localidad nos desviamos a la derecha, por lo que solo pudimos verlo de lejos.


Continuamos por el camino, trazado casi en paralelo al arroyo. Como dos kilómetros después teníamos que seguir por un desvío hacia Granucillo, pero el camino no existía. Continuamos un kilómetro más hasta encontrar un camino que nos condujera hacia el pueblo.


Ya muy cerca de sus primeras viviendas cruzamos el arroyo por un puente y accedimos al pueblo. Pasamos por su coqueta plaza con su rollo de justicia en el centro y continuamos adelante.


Seguimos hasta abandonar el pueblo porque queríamos llegar hasta las ruinas del castillo. Junto a él hicimos una pequeña parada para poder observar con más calma.



Se cree que fue edificado antes del siglo XV por los señores de la localidad, la familia Escobar. Posteriormente lo vendieron a los Pimentel, condes de Benavente, a mediados del s. XV. El estado del castillo fue decayendo, si bien mejoró tras unas restauraciones realizadas en el siglo XIX.

Terminada la parada nos sentamos en los sillines, volvimos hacia el pueblo e hicimos otro recorrido por su interior, pasando esta vez junto a su iglesia, de tamaño importante.


Volvimos a salir de la localidad, si bien poco después giramos noventa grados hacia la derecha para dirigirnos al dolmen de las Peñezuelas, que está muy próximo a Granucillo. 



En este caso la parada fue corta ya que el tiempo se nos había echado encima. Desde el dolmen salimos a una carretera local a la que nos unimos hacia la izquierda. Menos de un kilómetro después entramos en otra localidad, Grijalba de Vidriales, pero solo la rozamos pasando junto a sus últimas edificaciones. 

Al alejarnos de Granucillo nos dimos cuenta de que nos habíamos saltado la visita a otro dolmen, el de San Adrián. Teníamos que haber llegado a él por el camino que no existía antes de llegar a Granucillo. Como íbamos mal de tiempo ni nos planteamos regresar para buscarlo.


Nada más pasar junto a Grijalba la carretera se convirtió en un camino recto de muy buen firme y prácticamente llano. 


Rodamos por él a muy buen ritmo para compensar todas las pérdidas de tiempo anteriores. Íbamos disfrutando porque la mañana se había quedado espléndida. Al fondo íbamos viendo en todo momento las cumbres nevadas de la Sierra de La Cabrera. 


Después de cuatro kilómetros realizamos en unos cientos de metros dos cambios de dirección y pasamos junto a la iglesia gótica de Santa Marina, que se encuentra sin cubierta y en ruinas. 


Después de pasar junto a su parte trasera salimos a una carreterita. Y cuando rodamos junto a la puerta nos dimos cuenta de una curiosidad: en el interior se encuentra el cementerio.


Unas decenas de metros después abandonamos el asfalto y continuamos por un camino que surgía a nuestra derecha. Este nos llevó hasta el pueblo de Tardemézar, que lo cruzamos con prisa. 


Dejamos atrás el pueblo pasando por la zona de bodegas. Allí mismo continuamos por un camino que en poco más de dos kilómetros nos llevó hasta Santibáñez de Vidriales. 


Habíamos dejado los coches junto a la Cafetería Luz de Luna, ya que teníamos reservado allí para comer. Después de cargar las bicis y cambiarnos nos tomamos una cerveza a la puerta, donde daba el sol y se estaba de maravilla. Tanto nos gustó que tras la comida volvimos a salir allí para tomar el café. Y tras él regresamos a Zamora con ganas de que llegue pronto otro miércoles. 



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