15 de abril de 2025

A la tercera... Tierra de Campos

A la tercera va la vencida. Después de dos rutas por esta comarca zamorana protagonizadas por la niebla, la primera, y por la lluvia la segunda, hoy por fin hemos podido disfrutarla en condiciones, pero por poco, ya que cuando, al llegar, estábamos recorriendo las calles de Villalpando, comenzó a granizar.

Dejamos Zamora cerca de las 9.30 h, desplazándonos en dos coches, cinco bikers y otras tantas bicis. Al llegar a Villalpando aparcamos junto al restaurante donde íbamos a comer, descargamos las bicis, nos preparamos y nos acercamos al Bar El Toreo a tomar el preceptivo café.

Con esta bebida caliente ya en el cuerpo iniciamos la ruta un par de minutos antes de las 10.30 h. Nada más comenzar a rodar tomamos un camino a la derecha (el Camino de Santiago del Sureste). Poco después cruzamos por un puente sobre el principal río de esta comarca: el Valderaduey.



Aunque estaba previsto que lloviera sobre las 13.00 h, en esos momentos nadie lo diría porque brillaba el sol desde un cielo salpicado de nubes algodonosas, proporcionando una bonita luz y una temperatura agradable, pese a que muy por debajo de la de días anteriores. 

Nos dirigíamos a Villalobos, pero para llegar allí teníamos que recorrer unos catorce kilómetros en los que la tierra, aún húmeda por las lluvias del día anterior, agarraba nuestras ruedas teniendo que hacer un esfuerzo extra para moverlas, el perfil de suave ascenso casi constante y el viento frontal, hicieron que nos costara más de lo previsto recorrerlos. 


Bien es cierto que los caminos, pese a su humedad, tienen un firme estupendo, salvo algunas zonas con barro que pudimos ir esquivando, y que los campos de cereales lucían espléndidos. Estos dos factores contrarrestaban algo los anteriores.


Para llegar a esa localidad tuvimos que realizar varios cambios de dirección durante el trayecto, pero siempre rodamos por buenas pistas. 


Poco antes de llegar al pueblo, según nuestro track, teníamos que desviarnos ligeramente a la derecha, pero vimos que el camino era casi inexistente, así que comprobamos en el GPS si podíamos continuar por el que íbamos, vimos que sí y así lo hicimos.

Poco después de entrar en Villalobos nos encontramos con el magnífico frontón en el que pudimos leer el nombre de la localidad. Nos pareció que era merecedor de una foto.


Algo más adelante, al llegar a la plaza, nos encontramos con el Convento de la Asunción y el Ayuntamiento y, con esta luz nos parecieron diferentes a los que habíamos visto en nuestra anterior salida por la comarca. Allí habíamos parado para refugiarnos de la lluvia y todo parecía más feo y más triste.


Aunque la perspectiva de una foto y de la otra no es la misma, la diferencia entre ambas es más que evidente.


En la misma plaza giramos y continuamos en dirección opuesta porque teníamos que abandonar el pueblo hacia la derecha. 

El camino que tomamos nos tenía que llevar hacia la autovía A-6. Para llegar a ella tuvimos que descender en un primer momento, pero no tardamos en iniciar una larga y tendida subida.


Los contrastes de luz y sombra que el sol iba dejando por el ir y venir de las nubes nos iba entreteniendo y, de este modo, nos ayudaba a hacer más agradable el recorrido.



Tras unos cuatro kilómetros pasamos sobre un viaducto para salvar la autovía A-6, poco después giramos a la derecha noventa grados y nos incorporamos al llamado Camino de San Esteban a Cerecinos que, en ese tramo, es una larga recta que nos llevó hasta San Esteban del Molar.


Entramos en la localidad e hicimos el consabido itinerario por varias de sus calles, pasando también por la plaza y junto a la iglesia.



Al ser un pueblo pequeño enseguida lo dejamos atrás. Muy cerca de las últimas edificaciones encontramos a nuestra derecha un bonito palomar, uno de tantos de Tierra de Campos.


Nos alejamos dejando la autovía justo a nuestra espalda y rodamos por una larga recta de unos tres kilómetros que nos llevó hasta Vidayanes. 



Entramos en esta pequeña localidad y nos dirigimos a la plaza e iglesia. 


Paramos a la puerta de la misma para que, al que le apeteciera, pudiera comer algo. Fue una pausa corta y en pocos minutos estábamos ya sobre los sillines.


Salimos de esta localidad por un estupendo camino recto. El viento ya no nos daba totalmente de frente y lo agradecíamos. A mayores, el perfil desde Vidayanes estaba siendo favorable y, aunque la inclinación era mínima nuestras piernas lo agradecían y conseguíamos rodar a buen ritmo sin demasiado esfuerzo. Después de tres kilómetros llegamos a San Agustín del Pozo.

Nada más entrar en una de sus calles nos topamos con una puerta en la que habían ido clavando multitud de herraduras.


Unos cientos de metros más adelante pudimos ver la iglesia. Pasamos por delante y continuamos nuestro camino.


A esas alturas de la mañana las nubes se habían multiplicado y habían ocupado una gran parte del cielo. Eso hacía que se alternaran momentos nublados y soleados. 


Para ir de San Agustín del Pozo a Revellinos, nuestro siguiente destino, describimos con nuestro recorrido una "uve". En esta zona el firme estaba totalmente seco y eso permitía que las ruedas giraran más libres y, por lo tanto, alcanzáramos mejores velocidades. 


Por ello tardamos pocos minutos en llegar a esta localidad. Como siempre hacemos, realizamos un breve recorrido por sus calles y pasamos junto a la iglesia. 


Cuando salimos de Revellinos empezamos a creer en la previsión que habíamos visto en la que se anunciaban lluvias a partir de las 13.00 h. De hecho, al fondo veíamos cortinas de agua entre las nubes y el suelo. 

Como el firme seguía siendo muy bueno y el viento ya no nos frenaba, comenzamos a rodar bastante rápido por este paraje que ya está dentro de la Reserva Natural de las Lagunas de Villafáfila. De hecho, a nuestra derecha veíamos la Laguna de Barillos. 


Una gran nube grisácea y muy amenazadora si situó por encima de nosotros. Cada vez estábamos más convencidos de que iba a ser difícil librarse de una mojadura. 


Al mismo tiempo, esas nubes oscuras, los fragmentos de cielo azul y el verde de los inmensos campos de cereales formaban un conjunto que daba gusto ver.


Y así, con la intriga de si llovería o no, y disfrutando de las panorámicas que nos iba ofreciendo el camino, recorrimos los diez kilómetros que separan Revellinos de Tapioles. 



En esta localidad ya vimos coches con lluvia sobre su chapa y poco después el camino delataba que acababa de llover. Nos manteníamos en una zona soleada, pero unos cientos de metros por delante estaba nublado y llovía. Bajamos algo nuestra velocidad para tratar de no meternos bajo la nube.


Pero realmente nos libramos de ella cuando, tres kilómetros después de salir de Tapioles, poco más adelante de cruzar un puente sobre el Valderaduey, giramos noventa grados a la izquierda.


Con ese cambio de dirección conseguimos separarnos de la amenazante nube y enfilar hacia Villalpando. De nuevo teníamos que avanzar por una larga recta de cuatro kilómetros pero el firme acompañaba y permitía rodar a velocidades altas.


La recta terminó con una suave curva que nos llevó hasta un paso elevado sobre la autovía A-6. Un kilómetro más adelante entramos en Villalpando.


Aunque estábamos cerca de donde teníamos los coches hicimos un pequeño recorrido turístico por esta villa. Primero pasamos junto a la Puerta de Santiago. 


Continuamos adelante y llegamos a la espectacular y bonita Puerta de San Andrés o de la Villa. Nos pareció el lugar ideal para hacernos un selfie. 


Como cada vez el cielo estaba más oscuro no tardamos en subirnos de nuevo a las bicis y seguir adelante.


Fuimos de punta a punta de la localidad. Hacia la mitad del recorrido pasamos junto a la Plaza Mayor. Nos hubiera gustado parar allí a tomar algo pero la amenaza de lluvia nos hizo continuar adelante.


Justo cuando llegamos a la altura de nuestros coches comenzó a caer granizo. Ya no pudimos ni cargarlas en los portabicis, tan solo conseguimos apoyarlas en la pared del Bar/Restaurante El Arte y entrar dentro para refugiarnos y, de paso, tomar algo :) 

Y así lo hicimos. Finalmente, tuvimos aún que esperar unos minutos en el interior del bar. Cuando dejó de llover las cargamos en los coches, nos aseamos un poquito y entramos a comer. Tras la comida nos subimos de nuevo a los coches y regresamos a Zamora. 



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