Pasaban cinco minutos de las diez y media cuando iniciamos la marcha. Enseguida dejamos a un lado el Santuario de Nuestra Señora de la Carballeda.
Cruzamos la N-525 bajo un pequeño túnel para acceder a un área recreativa muy bonita en torno al río Negro y pasamos al otro lado de este a través de un pequeño puente.
El asfalto estaba flanqueado de encinas y monte bajo en un primer momento, dando paso a robles más adelante, sin desaparecer por ello los encinares.
Las praderas fueron dando paso a monte bajo y arbolado y el camino, aunque ya no era una pista perfecta, seguía siendo bueno.
Después de una bajada en la que describimos tres curvas de casi noventa grados a izquierda, derecha e izquierda, respectivamente, comenzamos a rodar junto al río de la Ribera. El paisaje cambió por completo y volvimos a disfrutar de praderas y bosque autóctono.
Unos cuatro kilómetros después de salir de Molezuelas entramos en un cerrado bosque de pinos negros de repoblación.
A lo largo de este la subida era algo más pronunciada pero aún así conseguimos ir rodando a muy buen ritmo y eso que este bosque se prolongó a lo largo de casi ocho kilómetros.
El camino discurre junto al río a lo largo de unos dos kilómetros en los que pudimos disfrutar de su compañía, de los bonitos paisajes que nos iba ofreciendo y de la subida casi continua, aunque disfrutar, lo que se dice disfrutar de esta última, no lo hacíamos.
Según nos íbamos acercando a Muelas de los Caballeros la ascensión se iba endureciendo, si bien el firme exigía menos esfuerzo al estar totalmente liso.
Superada la última subida de cierta importancia, entramos en un tramo casi llano por el que llegamos a esa localidad.
Muelas de los Caballeros es uno de los pueblos más bonitos y mejor conservados de la comarca. Prácticamente la totalidad de sus edificaciones están realizadas con piedra y pizarra, habiendo, además, innumerables casas con cuidadas balconadas de madera.
En nuestro recorrido por el pueblo fuimos hasta la iglesia para después ir hacia el lado opuesto, en busca de un restaurante en el que están depositadas las llaves para entrar al Jardín El Fenal.
Vimos un restaurante y estaba cerrado, así que nos quedamos sin llaves. Aún así decidimos ir hasta el jardín botánico por si veíamos algo desde el exterior (cuando regresamos al pueblo después de la visita al jardín nos dimos cuenta de que nos habíamos equivocado de restaurante, en el que están las llaves es en el primero que hay a la derecha en la carretera, viniendo desde Mombuey o Palacios de Sanabria).
Para llegar a El Fenal tuvimos que recorrer un kilómetro desde que terminó el pueblo, para no variar todo de subida. Eso sí, ya casi allí, a nuestra derecha pudimos contemplar todo un espectáculo de la naturaleza.
Realizamos un pequeño paseo por este curioso lugar que fue creado entre los años 1.900 y 1.920 por un indiano natural del pueblo, Maximiliano Santiago Prieto (1875-1926), en una extensión de unas dos hectáreas. En sus viajes, tanto por España como por el extranjero, traía especies arbóreas de los lugares que visitaba y las plantaba en esta finca.
En ella pudimos contemplar otro árbol catalogado como singular de Castilla y León, una enorme secuoya (hay varias, pero esta es la más grande).
Abandonamos El Fenal decepcionados por el estado de abandono en el que se encuentra. Es una auténtica lástima que ninguna institución se haga responsable del mantenimiento mínimo que exige un lugar tan especial como este.
De nuevo sobre las bicis tocó empezar a sacar rédito a la gran cantidad de subidas que habíamos realizado hasta ese momento. Y lo hicimos bien porque volvimos al pueblo por el mismo camino por el que habíamos ido hacia el jardín, solo que al regresar era todo cuesta abajo y tardamos poquísimo en realizarlo.
Atravesamos de nuevo una parte de Muelas de los Caballeros y, casi a la salida hacia Mombuey o Palacios, nos desviamos a la izquierda. Entramos de nuevo en un camino excelente de perfil descendente, si bien con un par de pequeños repechos.
Después de unos cuatro kilómetros, la mayoría de ellos descendiendo, llegamos a otra pequeña localidad, Donadillo.
Hicimos un pequeño recorrido por el pueblo, pasamos junto a la iglesia y una pequeña plaza y lo dejamos atrás saliendo por una carretera local pero enseguida nos desviamos a la izquierda para continuar por un camino que abandonamos enseguida, también girando a la izquierda, para seguir por uno de las mismas características que el que nos había llevado hasta allí.
De las mismas características salvo que tuvimos que realizar dos pequeñas subidas antes de seguir bajando.
Descendimos suavemente, pero el viento existente frenaba una gran parte de nuestra inercia, aún así conseguimos rodar rápido. Tras dos kilómetros de bajada llegamos a una vaguada cruzada por un arroyo en el que mansamente pastaba una vacada, mientras una familia de patos se movía en el agua.
Tras el paso por esa zona más baja tocó subir de nuevo pero sufrimos menos viendo los enormes campos de brezo ya floridos que íbamos encontrando a ambos lados del camino.
Después de la subida, de unos quinientos metros, hubo la consiguiente bajada para inmediatamente enfrentarnos a otro ascenso, muy suave, que nos llevó hasta las puertas de Peque.
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Entramos en la localidad por el camino de la derecha para así recorrer varias de sus calles.
Como ocurre en casi todos los pueblos por los que pasamos, fuimos encontrando decenas de casas abandonadas o con el cartel de se vende.
Pasamos por una placita y junto a la iglesia, y desde esa parte del pueblo nos fuimos hacia la derecha para salir de él y seguir nuestro itinerario previsto.
A esas horas de la mañana las nubes habían ido apoderándose del cielo, si bien habíamos partido de Rionegro con unos 13º, sol, algo de viento y algunas nubes, la temperatura había ido subiendo hasta los 20º al tiempo que crecían esas nubes de evolución que iban velando la luz del sol en algunos momentos.
Dejamos el pueblo atrás bajando suavemente durante casi un kilómetro hacia el encuentro con el río de la Ribera, que íbamos viendo a nuestra derecha desde la salida de Peque.
Nos desviamos a la derecha para cruzar un puente sobre él. Desde el propio puente pudimos ver la desembocadura de este río en el Negro, que se produce a unos cien metros aguas abajo de donde nos encontrábamos.
Ya en la otra margen del río seguimos unos metros más para contemplar un molino en ruinas.
El tour por el pueblo nos llevó hasta el centro del mismo, donde encontramos la bonita iglesia. Desde allí fuimos hacia la salida de la localidad .
Al pasar junto al Bar La Vereda no resistimos la tentación de tomarnos una caña antes de cargar las bicis porque estábamos cansados. La ruta había sido preciosa pero también algo rompepiernas, así que la teníamos merecida.
Después de la cañita montamos las bicis en el coche, nos aseamos, nos cambiamos y fuimos a comer al Restaurante Me gusta comer, donde lo hicimos muy bien. Muy buen final para una ruta muy bonita.
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