23 de octubre de 2024

Necrópolis de Cuyacabras, Castroviejo y huellas de dinosaurio

Una zona tiene que contar con muchos lugares de interés para poder aunar en una misma ruta visitar una necrópolis, disfrutar de increíbles vistas desde un mirador que vuela sobre inmensas rocas y contemplar las huellas petrificados de dinosaurios. Esa zona existe y se llama Comarca de Pinares (Burgos-Soria).


En nuestro segundo día por la Comarca de Pinares diseñamos una ruta lúdico-turística y, salvo pequeños incidentes que ya relataremos más adelante, no nos pudo salir mejor.

Como en la zona las temperaturas nocturnas son frescas no quisimos iniciar la ruta pronto si bien al final la iniciamos demasiado tarde, casi a las 10.30. Partimos de la entrada de Quintanar de la Sierra por lo que tuvimos que atravesar toda la localidad. 


Al terminar esta nos desviamos a la derecha y seguimos las indicaciones de Necrópolis. Los primeros tramos fueron por caminos asfaltados para, finalmente, entrar en una pista forestal que, en unos cientos de metros nos puso junto al cartel indicador de la Necrópolis de Cuyacabras. En total llevábamos poco más de cinco kilómetros desde nuestra salida. 

Continuamos sobre las bicis por detrás del cartel, cruzamos un pequeño puente y salimos a otra pista forestal. Unas decenas de metros más allá vimos el recinto vallado con troncos de madera que alberga la necrópolis. Dejamos las bicis junto a la valla y nos adentramos en esta zona de enterramientos.


En este cementerio se pueden ver 183 sepulturas dispuestas alrededor de donde, en su día, debió haber una pequeña iglesia. Este número hace que sea la mayor de todas las que hay en la zona del Alto Arlanza. Los enterramientos son de entre el siglo IX y la primera mitad del XI. 


El robledal que rodea la necrópolis hace que esta sea un lugar muy especial, dotándola de cierto aire mágico.

Tras la visita volvimos a subirnos a nuestros sillines, regresamos a la pista que nos había llevado hasta allí y nos dirigimos hacia la derecha. Si desde Quintanar no habíamos dejado de ascender, la tónica seguía siendo la misma.


Recorrimos unos tres kilómetros por esa pista y continuamos por otra, a nuestra izquierda, que nos hizo entrar en calor porque el ascenso era más pronunciado y de casi dos kilómetros. Abandonamos este camino para seguir por la derecha por uno más estrecho y muy bonito.


Por él descendimos y enseguida llegamos al cauce del río Triguero, que cruzamos por un bonito puente de madera.


Al salir de este nos dirigimos a la derecha para seguir por un sendero rodeado de grandes rocas, pinos y helechos.


Este tramo tiene tramos con pequeños ascensos y descensos y alguna zona llana, pero todo él resulta precioso.


En el último trecho hubo algún descenso algo más pronunciado y algo técnico. Unos tres kilómetros después de haber cruzado el puente llegamos a una carreterita.


Esta es la que desciende desde Castroviejo (es de sentido único, utilizada solo para que bajen los vehículos desde ese lugar). Pero nosotros la utilizamos para ascender. Y lo hicimos durante un largo rato porque tuvimos que subir unos cinco kilómetros por rampas de entre el 3 y el 10%. Como suele ser habitual, cada uno busco su ritmo más cómodo para el ascenso.


Finalmente llegamos a un aparcamiento donde vimos el cartel indicador de Castroviejo. 


De los cuatro, los tres que no conocían este paraje tan singular se quedaron boquiabiertos al contemplar esas grandes masas de piedra dispuestas de modo que parece que las han dejado caer desde las alturas y han quedado hincadas de cualquier manera. Como curiosidad comentar que aquí se rodaron algunas escenas de La marca del zorro, en la que trabajaba Errol Flynn.


Nos dirigimos hacia la zona desde la que se accede al mirador. Una construcción de metal y madera inaugurada hace dos años y que no ha estado exenta de polémica (permite obtener unas vistas extraordinarias de la zona, pero no deja de ser un "pegote" sobre las rocas).



Dejamos las bicis junto a las enormes rocas e iniciamos y comenzamos a subir escaleras (las equivalentes a ascender a una octava planta de un edificio) y recorrer pequeños tramos de pasarelas.


Finalmente llegamos al mirador, que vuela hacia dos lados. A nuestras espaldas teníamos el Pico Urbión, si bien las nubes altas no nos permitieron ver su cima.


Cuando estábamos en dicho mirador el sol, por fin, se abrió paso entre las nubes bajas que nos habían acompañado toda la mañana. Con su luz Castroviejo lucía aún más. 


Iniciando la bajada nos hicimos una foto de grupo. Justo detrás de nosotros pudimos ver las miniatura de Covaleda y de Duruelo de la Sierra.


De nuevo sobre las bicis salimos del aparcamiento y continuamos por la pista forestal que teníamos frente a nosotros. Desde el comienzo comprendimos que no iba a ser un camino de rosas porque los porcentajes de subida no bajaban del 11%, y de ahí para arriba. Fueron casi dos kilómetros sin tregua, sin duda los más duros de la ruta.


La pista termina en un ensanchamiento. Nuestro track nos indicaba seguir de frente y así lo hicimos por un sendero que apenas se veía. Allí comenzamos un descenso con zonas muy técnicas porque en ellas el sendero en realidad era la torrentera que utiliza para descender el agua procedente de la lluvia o del deshielo.


La mezcla de la adrenalina, la concentración por colocar la rueda por el sitio justo y la velocidad de la bajada formaron una mezcla perfecta para que estos tramos nos resultaran muy divertidos. 


Hubo otros en los que la prudencia hizo que nos bajáramos de la bici para evitar caídas. Aún así, uno de los bikers, en un momento dado, se cayera prácticamente en parado. Físicamente no se hizo nada más que una pequeña herida en la mano. Pero cuando comenzó a rodar de nuevo se dio cuenta de que la maneta del cambio se había desplazado hasta un punto en el que no se movía, por lo que no era imposible cambiar de marcha. La cadena se había quedado en el piñón más grande y, aunque la colocáramos con la mano en una más bajo, volvía al mismo punto. 

Como seguíamos descendiendo no había problema porque la propia inercia le empujaba, así que continuamos.

Después de haber bajado algo más de tres kilómetros (que nos cundieron como veinte) llegamos a una zona en la que no solo había pinos, sino que volvieron a aparecer los robles y los helechos.


En ese tramo volvimos a pisar la senda que nos había llevado un par de horas antes hasta la carretera de ascenso a Castroviejo. En esta zona ocurrió algo que nos supimos hasta mucho más tarde y que nos trajo de cabeza unas horas.


También volvimos a rodar por un tramo de pista forestal por el que habíamos ascendido anteriormente, solo que ahora, bajando, resultó mucho más divertido. 


Después de alrededor de tres kilómetros pisando los mismos caminos que en la ida, dejamos de hacerlo girando a la izquierda para seguir por otra pista unos dos kilómetros. Transcurridos estos nos desviamos a la derecha e iniciamos un tramo en el que apenas se percibía el camino que, además, de vez en cuando aparecía flanqueado por zarzas que se empeñaban en arañarnos.


También, en un momento dado, apareció una valla de alambre de espino. No éramos los primeros en pasar por allí porque ya el alambre inferior estaba subido y casi unido al de la parte superior. Con cierta flexibilidad conseguimos pasar por debajo.


Descendimos unos cientos de metros más, pasamos una cancela que pudimos abrir sin problema y poco después pudimos divisar el dinosaurio que hay junto a las huellas de sus congéneres (icnitas) que se conservan en Regumiel de la Sierra. Al llegar a él nos apeamos de las bicis y posamos junto al inofensivo animal.



De nuevo sobre los sillines descendimos por el lateral de la zona vallada en la que se encuentra el yacimiento y desde donde pudimos contemplar las icnitas.


Que estén allí no deja de ser casi un milagro, porque para que se formen estas huellas se tienen que dar muchas circunstancias, que el animal pisara lentamente sobre terrenos blandos, que se conservara la huella  durante algún tiempo, que el hueco producido se rellene lentamente por un sedimento fino, que se solidifiquen cuando se seque dicho sedimento y que sean enterradas bajo una capa posterior de otros sedimentos.

A pesar de que estas huellas son de hace unos 120 millones de años, no fue hasta 1986 cuando un aficionado a la paleontología advirtió de su presencia.

Desde el yacimiento nos dejamos caer hacia las primeras casas de Regumiel de la Sierra, continuamos descendiendo al tiempo que recorríamos sus calles, pero al llegar a la zona llana del pueblo, ya casi a la salida, nos enfrentamos al problema que producía el cambio estropeado, y es que a pesar de dar vueltas y vueltas a los pedales la bici apenas avanzaba. Además, nos quedaban de recorrer unos 12 km y eran más de las 14.30 h. Decidimos suprimir el tramo que pasaba por la Necrópolis de Revenga y por Canicosa de la Sierra e ir director por carretera desde Regumiel a Quintanar. Pero aún así esa bici no podía ir así. 

Uno de los bikers con ebike comenzó a empujar al averiado pero desplazarse así unos 6 km que nos restaban para el final era complicado. En esto nos dimos cuenta de una cuerda que lleva siempre en su mochila uno de nosotros. La sacamos, unimos las bicis pasando la cuerda bajo el sillín de una y por el manillar de la otra y comenzó la fase de remolque. ¡Y ni tan mal! Sobre todo para el remolcado :)

Enseguida salimos a la carretera CL-117 y por ella rodamos rápido, incluso el tándem. A ello ayudaba que el perfil era propicio, ya que los cinco kilómetros que hicimos por ella fueron, en su mayoría, descendentes.


De este modo conseguimos llegar a Quintanar mucho antes de lo esperado. 

Al llegar al punto de salida apagamos nuestros GPS dando por concluida la ruta, pero seguimos sobre las bicis para dirigirnos al restaurante Arlanza, que está junto al cámping de la localidad, donde teníamos reservado para comer. La bici averiada se desplazó hasta allí en el portabicis del biker.

Nada más sentarnos en la mesa otro biker se dio cuenta de que no tenía el teléfono, y en él tenía, además, dinero, tarjetas, DNI y carné de conducir... Era el hecho que decíamos más arriba que no sabíamos que había ocurrido hasta mucho después. Recordando, se dio cuenta de que en un momento del descenso dio como un traspiés y pudo haberlo perdido allí. Pero buscarlo en ese descenso sería como buscar una aguja en un pajar. Como sabíamos que por allí difícilmente pasaría alguien, decidimos comer y, al terminar, comenzar la búsqueda.

Después de comer desde un ordenador tratamos de encontrar dónde estaba mediante la aplicación de Google Encontrar mi dispositivo, pero resultó fallida. Finalmente dos bikers se fueron con un coche para ir a Regumiel, de allí seguir por pista hasta donde habíamos dejado el camino de descenso y allí comenzar a ascender a pie.

La otra pareja se dirigió con el otro coche a Castroviejo para seguir por la senda por la que habíamos ascendido y, al terminar esta, comenzar a descender a pie por el mismo camino que lo habíamos hecho en bici.

Afortunadamente, tras unos cuatro kilómetros de ascenso por la senda, la primera pareja lo encontró, así que se pusieron en contacto con los otros y se dieron por concluidas las labores de búsqueda. Tuvimos muchas suerte, la verdad, porque no era nada sencillo encontrarlo. Colofón perfecto para una ruta perfecta.

Para celebrarlo nos juntamos en las proximidades de la ermita de Revenga y desde allí fuimos a ver la Necrópolis que no pudimos visitar, como estaba previsto, durante la ruta.




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